Charles Schmid, el flautista de Tucson
El calor apretaba, pero lo que realmente asfixiaba era el miedo que se colaba por cada rendija. En los callejones polvorientos y bajo el neón moribundo de los bares, la ciudad aprendió a temer a su propia sombra. Chicas que se esfuman, secretos que supuran bajo la arena, y un chico de sonrisa afilada y corazón envenenado al que todos conocían como Smitty. Nadie sospechó que el monstruo compartía techo y acera. Así fue como la inocencia de Tucson fue degollada a plena luz del desierto. La noche en Tucson tiene un sabor a polvo y a promesas rotas. Las luces de neón parpadean sobre la Ruta 66, y el desierto murmura secretos que sólo los más osados se atreven a escuchar. En una casa antigua, donde los  relojes parecen detenerse y el aire huele a desinfectante, un niño crece entre sombras y susurros. Ese niño es Charles Schmid, y su historia, como tantas otras en la crónica negra americana, comienza con un abandono. Nació el 8 de julio de 1942, sin más nombre que el de Charles, Jr., hij...