Jarabo
Nos encontramos en la España de los años 50, un tiempo de cambios sociales y políticos, y también el escenario de uno de los casos criminales más notorios de la historia de nuestro país.
La historia que vamos a desentrañar hoy es la de José María Jarabo, un hombre que, a simple vista, parecía tenerlo todo: una buena familia, educación y carisma. Pero tras esa fachada se ocultaba una mente perturbada, responsable de una serie de crímenes que conmocionaron a la sociedad de la época.
Sus acciones llevaron a la última ejecución por garrote vil en la jurisdicción ordinaria de nuestro país, un hecho que marcó el fin de una era y el comienzo de una reflexión profunda sobre la justicia y la pena de muerte.
Así que, prepárate para un viaje al pasado, un viaje que nos llevará a las calles de Madrid de mediados del siglo XX, y al corazón oscuro de un hombre que fue, en su momento, la pesadilla de la ciudad. Esto es 'Los Sábados Mando Yo', y hoy, nos sumergimos en la sombría historia de José María Jarabo."
El 28 de abril de 1923 en Madrid, nació José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo y Pérez Morís, quien más adelante cambiaría su apellido a "Morris". Sus padres eran José María Jarabo Guinea y María Teresa Pérez Morris. Aunque su parto presentó complicaciones, tanto él como su madre no sufrieron consecuencias.
Desde su más tierna infancia, exhibió una inteligencia y sensibilidad excepcionales, llegando a distinguir discos de gramófono solo por el tacto. Con el paso del tiempo, se le detectó un inicio de esquizofrenia paranoide, pero, pese a su condición, se le atribuía un coeficiente intelectual que superaba la media.
En su etapa adolescente, José María experimentó un incidente traumático cuando su hogar en Madrid fue invadido por anarquistas que crearon una "checa" durante la guerra civil. Fue testigo de ejecuciones en su propio jardín y presenció terribles escenas en otros lugares de la ciudad. A pesar de sus convicciones conservadoras, su familia logró evitar el asesinato gracias a la intervención de un amigo de su empleada doméstica. No obstante, perdieron una gran cantidad de sus bienes y propiedades. En 1940, con el fin de alejarse del conflicto y gestionar sus negocios en un lugar más seguro, la familia Jarabo Pérez Morris decidió trasladarse a Puerto Rico.
Jarabo tenía diecisiete años y fue durante ese viaje cuando experimentó su primera intoxicación etílica. Este episodio no solo le dejó una fuerte resaca, sino que derivó en un serio ataque hepático. Fue un momento crítico que marcó su salud y su relación con la bebida. Desde entonces, el alcohol formaría parte inseparable de su vida, aunque a menudo traería consigo consecuencias perjudiciales para su salud y su comportamiento.
Durante su estancia en Puerto Rico, Jarabo estuvo involucrado en múltiples accidentes de tráfico. Poco después de llegar al país, chocó su Oldsmobile contra un árbol y quedó inconsciente durante más de una hora debido al impacto. Los médicos se vieron obligados a administrarle morfina para aliviar el dolor resultante del accidente, lo que finalmente desencadenó en una adicción. Participó en varias peleas en las que su cabeza siempre parecía recibir el peor daño. Tras algunos episodios de epilepsia, los médicos realizaron una punción lumbar, descubriendo que Jarabo aún padecía de sífilis, enfermedad que había contraído años atrás y que, al parecer, estaba causando daño a su cerebro.
José María mantenía una estrecha relación con su madre, a quien amaba profundamente, en marcado contraste con la relación con su padre. Este último no hacía ningún esfuerzo por ser querido. Se trataba de un hombre sádico con un temperamento atroz, que no solo maltrataba a su esposa, sino que también disfrutaba humillando a los sirvientes y maltratando brutalmente a los perros de la casa hasta ocasionarles la muerte. En este difícil entorno, no es sorprendente que el joven Jarabo buscara en su tío materno una figura de referencia, aunque no se puede decir que este pariente fuera un modelo de virtudes.
El tío de José María solía ausentarse del hogar durante períodos de hasta tres semanas, en los que se sumía en un estado de ebriedad constante. En múltiples ocasiones requirió atención médica debido a que bebía hasta perder la conciencia. Casi mensualmente, su automóvil resultaba destrozado, lo que lo forzaba a reemplazarlo. Pese a todo esto, su sobrino lo admiraba. Este hombre poseía un gran atractivo físico, sofisticación y, sobre todo, sabía cómo encantar a las mujeres. Su elocuencia era notable, lo que no era sorprendente dado que era escritor, y ese encanto travieso seducía a las damas. En resumen, encarnaba todo lo que José María aspiraba a ser en su vida.
Los estudios no le despertaban el más mínimo interés a José María. En realidad, nada que requiriera esfuerzo parecía captar su atención. En casa, su madre solía cubrir todas sus necesidades y su padre solo se dirigía a él para castigarlo, con o sin razón.
Su tío logró reorientar su vida, incluso llegando a fundar una iglesia protestante, lo que le permitió abandonar definitivamente el alcohol. Mientras su tío se sumergía en la fe, Jarabo, se paseaba por la localidad con un grueso fajo de billetes en el bolsillo, proporcionado por su madre para satisfacer sus antojos.
Otra de sus pasiones era la velocidad al volante, y la verdad es que sus autos no solían durar mucho tiempo. En 1944, chocó su Packard contra un Chevrolet, partiendo este último en dos.
Mientras tanto, la vida de José María era una constante celebración, despertando cada día con una mujer diferente. En una de esas mañanas borrosas, de alguna manera terminó en la casa de Luz Álvarez Mas, quien pronto se convertiría en su esposa. El amor surgió entre los jóvenes y no dudaron en buscar un juez de paz para unirse en matrimonio. Un enlace que estaba destinado al fracaso incluso mucho antes de su celebración.
Luz comenzó a notar ciertos comportamientos extraños en su marido que no lograba entender. José María se vestía para salir, solo para regresar a casa unos minutos después y cambiarse nuevamente. Pasaba horas frente al espejo. En más de una ocasión, Luz lo había observado desde la ventana bajándose del coche en ropa interior y sombrero, y cruzando la calle hasta llegar a su casa. Pero lo que más la alarmaba era ver cómo Jarabo, en mitad de la noche, vestido únicamente con su sombrero y ropa interior, cabalgaba por la casa a lomos de una escoba. Cuando se daba cuenta de que su esposa lo estaba observando, amenazaba con lanzarse desde la terraza. Lo más preocupante de todo esto era que estos actos los realizaba estando completamente sobrio, por lo que no podían atribuirse al alcohol.
Luz temía profundamente a su esposo, quien solía amenazarla físicamente e incluso con una pistola que guardaba bajo su almohada mientras dormía. Harta de esta situación, la mujer solicitó el divorcio en 1948. En la demanda se describía a Jarabo como un adicto a las drogas, fiestero, perezoso y mujeriego.
Durante el matrimonio, José María Jarabo y su esposa tuvieron un hijo llamado José Ronaldo, quien tenía ocho años en el momento del divorcio de sus padres. Con el paso del tiempo, José Ronaldo logró ascender hasta el cargo de presidente de la Cámara de Representantes de Puerto Rico. Sin embargo, en 1992, se le acusó de cuatro cargos criminales debido a un incidente violento con una mujer. Afortunadamente, para él, fue absuelto de todos los cargos ese mismo año por el Tribunal correspondiente.
Dos años y medio después de casarse con Luz, Jarabo fue detenido, acusado de tomar fotografías obscenas a mujeres que estaban bajo los efectos de drogas y alcohol que él mismo les suministraba. Para esto, había dispuesto una especie de laboratorio fotográfico donde llevaba a las chicas con ese propósito, y si alguna de ellas se negaba a cooperar, era víctima de una brutal paliza. Esta afición por la fotografía de este tipo había comenzado un mes antes de casarse y no había cesado durante su matrimonio.
José María Jarabo fue condenado a nueve años de prisión por el delito federal de "transportar mujeres con propósitos inmorales". Cumplió su condena en la prisión de Springfield, donde ingresó en 1946. Tres años más tarde, fue liberado bajo fianza y puesto en libertad condicional.
En ese entonces conoció a un matrimonio y se mudó a vivir con ellos. Sin embargo, parece que el esposo descubrió la relación que mantenían su mujer y el invitado, y las cosas se volvieron tensas. Como resultado, Jarabo decidió huir, estableciéndose en Cuba por algún tiempo. El 20 de mayo de 1950, decidió regresar a España, rompiendo así su libertad condicional y pasando a estar en busca y captura en Estados Unidos.
Con su regreso a España, las aficiones de Jarabo por las mujeres y sus adicciones no cambiaron. Cuando se proponía estar con una mujer, nada podía impedírselo. Esto se demostró en 1952, cuando se obsesionó con una joven que se negó a tener relaciones sexuales con él fuera del matrimonio. Lo que no fue un obstáculo para José María, quien con la ayuda de un amigo que había estudiado para ser sacerdote, organizó una boda ficticia en la finca de unos conocidos, con todos los detalles típicos de una boda. En aquella celebración, la pareja se dio el "sí, quiero" en una ceremonia oficiada por el amigo de Jarabo, quien participó en el engaño a cambio de una buena suma de dinero. José María tuvo su anhelada noche de bodas. A la mañana siguiente, dejó a su recién "casada" esposa durmiendo en la cama y nunca más volvió a verla.
Jarabo siempre conseguía lo que quería, sin importarle cuánto tuviera que gastar para ello. Un dinero, que no se esforzaba por ganar, simplemente se lo pedía a su madre, quien, deseosa de complacerlo, nunca le negaba nada. Hablamos de grandes sumas de dinero. En una ocasión, José María declaró que podía gastar hasta 400 dólares en una semana y que probablemente la cantidad que pudo haber gastado en esos quince años estaría cerca de los quince millones de pesetas, lo que equivaldría a unos noventa mil euros.
La vida de lujo y desenfreno de Jarabo continuó a su llegada a Madrid. Estaba acostumbrado a obtener todo lo que quería, especialmente en lo que respecta a las mujeres. Gregoria Roja fue uno de sus caprichos y, como la joven no accedió a sus deseos, acabó golpeándola hasta dejarla inconsciente. Más tarde, inició una relación con una mujer suiza llamada Constance Dupont que, al igual que Gregoria, terminó denunciándolo por maltrato.
La vida de José María Jarabo era una fiesta sin fin. En el verano de 1955, subió a su flamante automóvil a una prostituta con la que pasó toda la noche. A la mañana siguiente, durante su viaje de regreso a Madrid, solicitó de ella ciertos favores sexuales que la mujer no estaba dispuesta a conceder. Ante su negativa, la golpeó hasta dejarla inconsciente, abandonándola en medio de la nada.
A pesar de su trato conocido hacia las mujeres, Jarabo no dejaba de tener gran éxito entre ellas. Tenía facilidad para hablar y sabía muy bien cómo halagarlas con bonitas palabras, además de mostrarse atento y galante, claro, hasta conseguir lo que quería.
Al igual que lo hacía con las mujeres, Jarabo manipulaba a los demás para su propio beneficio, incluso si eso significaba contradecirse a sí mismo. Un ejemplo claro de esto es que, mientras estaba preso en Springfield, escribía cartas a ambos bandos de la guerra civil española. Como puedes imaginar, las cartas eran diametralmente opuestas. En algunas, se declaraba más franquista que el propio Franco, y en otras se proclamaba divulgador de las atrocidades cometidas por Franco en España. Así es, Jarabo era capaz de vender su alma al diablo con tal de obtener beneficio, ya que, en realidad, la política y la situación del país le resultaban completamente indiferentes.
Sin embargo, la etapa de José María de coquetear sin compromiso llegó a su fin cuando encontró el verdadero amor. Su nombre era Beryl Martin Jones, una mujer de belleza radiante, inteligente, con gustos refinados y una educación excepcional. Su encanto y su agradable conversación podían mantener a cualquier persona absorta durante horas. Gozaba de una posición privilegiada, en gran parte gracias a su matrimonio, y además era madre de dos hijos. Había llegado a Madrid desde Lyon, donde vivía, para reflexionar y replantearse su matrimonio, que al parecer estaba pasando por un mal momento. Pero ni siquiera toda la seguridad que su estatus le proporcionaba la protegió de caer en los brazos de ese hombre que, en un principio, se presentó a ella como José Jaime Mendoza, hijo del propietario del Banco Exterior.
La situación financiera de Jarabo estaba en un precipicio y su única esperanza se cernía sobre la llegada de un envío de cocaína, dado que las 7.500 pesetas que su madre le enviaba mensualmente resultaban insuficientes para mantener el elevado estándar de vida al que se había acostumbrado. Era un hombre cuyos gustos eran lujosos y costosos, y estaba constantemente en la búsqueda de formas de financiar su estilo de vida extravagante. La llegada del cargamento de drogas, por tanto, se había convertido en su salvación financiera. Sin embargo, ese negocio no salió como lo había previsto y las deudas seguían presionándole cada vez más.
A pesar de todo, para poder continuar con su intenso y emocionante romance, se vieron en la necesidad de empeñar una sortija con un brillante, que Beryl solía lucir. Ambos se encaminaron a una tienda de empeño. Jusfer era un negocio que se beneficiaba de las desdichas de las personas necesitadas, evaluando los objetos que estas personas cedían muy por debajo de su valor real. Para recuperar sus pertenencias, los clientes tenían que pagar más del triple de su valor inicial en un corto período de tiempo, o se arriesgaban a que el objeto ya se hubiera vendido.
Los dos prestamistas que dirigían Jusfer eran Emilio Fernández Díaz y Félix López Robledo, quienes le ofrecieron a Jarabo cuatro mil pesetas por una joya cuyo valor de mercado era de 200.000 pesetas. La pareja sabía perfectamente que aquella oferta era abusiva, pero también pensaron que sería relativamente sencillo recuperar la joya dentro del plazo acordado, por lo que optaron por aceptar la oferta.
Sin embargo, la relación entre ambos amantes comenzó a desvanecerse, y Beryl continuamente le pedía a Jarabo que le devolviera el anillo, un obsequio de su esposo. Ahora, ella se encontraba en un dilema, sin saber cómo justificar ante su marido la ausencia de la joya en su dedo.
Para empeorar las cosas, su familia de Puerto Rico le informó que planeaban regresar a Madrid. Esto complicaba aún más la situación para Jarabo, ya que sus aventuras y su estilo de vida estaban a punto de ser descubiertos.
En la primavera de 1958, José María fue a Jusfer con la intención de recuperar la joya empeñada, sin embargo, uno de los dueños le informó que no podía hacerlo, ya que en los papeles constaba que la propietaria era una tal Beryl y, sin su autorización escrita, no podían devolverle el anillo. Jarabo les aseguró que tenía una carta de Beryl en la que le instaba a recuperar la joya y que probablemente eso serviría como autorización. Emilio, uno de los prestamistas, le indicó que trajera la carta para verificar si podía servir como tal. Al día siguiente, Jarabo volvió con la carta, la cual fue aceptada por la pareja de usureros. Sin embargo, para recuperar la joya le solicitaron diez mil pesetas, lo que representaba un aumento del 250% sobre el dinero inicialmente prestado. Dado que Jarabo no contaba con esa suma, acordaron que regresaría posteriormente, una vez que hubiera reunido el dinero necesario. Para asegurarse de que no revenderían el anillo, acordaron utilizar la carta como garantía, la cual guardarían en su caja fuerte.
En pleno mes de junio, Jarabo provisto de las diez mil pesetas, regresó al establecimiento de los prestamistas. Su asombro fue enorme cuando estos le informaron que, para recuperar tanto el anillo como la carta, que además contenía declaraciones y confesiones muy personales, tenía que pagar el doble.
Jarabo comprendió que, por las buenas, nunca lograría un trato con aquellos dos estafadores. Por lo tanto, bajo la falsa identidad de un teniente coronel de la Fuerza Aérea, y alegando ser un coleccionista de armas, compró una pistola FN de calibre 7,65 mm a un vigilante nocturno en el Paseo de la Habana, en Madrid. En la noche previa al 18 de julio, un día marcado por las festividades en Madrid en honor al Glorioso Alzamiento Nacional, Jarabo estableció contacto con los usureros, asegurándoles que poseía los fondos y los bienes suficientes para recuperar el anillo y la carta. Acordaron encontrarse en la tienda el sábado 19 a las 20:30. José María, conocido por su impecable vestimenta, eligió uno de sus trajes más elegantes para la ocasión. Los días de extravagancia y despilfarro habían quedado atrás, y Jarabo ahora residía en una humilde pensión en la Calle Escosura N.o 21. Salió con suficiente antelación para llegar a tiempo a la cita, pero se topó con una mujer en el camino y perdió el tiempo coqueteando con ella, llegando a la tienda cuando ya había cerrado.
Entonces, optó por dirigirse directamente a la casa de Emilio Fernández, ubicada muy cerca, específicamente en el cuarto piso de la calle Lope de Rueda, 57.
Justo antes de las diez de la noche, aprovechó un momento de distracción del sereno para colarse en el edificio. Con el objetivo de no dejar huellas dactilares, abrió la puerta del ascensor con los codos y pulsó el timbre del apartamento usando la uña del pulgar.
Paulina Ramos, era la empleada doméstica y tenía 26 años, fue quien le abrió la puerta y lo condujo al salón donde estaba Emilio. Al verlo, Emilio reaccionó con furia, reprochándole su presencia y enfatizando que los asuntos comerciales se debían tratar en la tienda, nunca en su residencia privada. Inmediatamente después, lo echó de su casa.
Jarabo se dirigió hacia la puerta de salida, haciendo el ruido de abrirla y cerrarla para dar la impresión a Emilio de que se había ido. Sin embargo, inmediatamente volvió al baño donde se encontraba Emilio y, sin decir una palabra, le disparó en la nuca, matándolo al instante.
Al escuchar el disparo, la criada corrió hacia la escena del crimen. Al ver lo que había sucedido, intentó pedir ayuda, pero Jarabo se lo impidió. La golpeó en la cabeza con la culata de la pistola, le tapó la boca y le clavó en el corazón el cuchillo que la joven había estado utilizando en la cocina.
Pocos minutos después, Amparo Alonso, la esposa de Emilio, llegó al apartamento. Al encontrarse con José María solo en el salón, Amparo se quedó desconcertada. Este, con su típica seguridad y fingiendo ser un inspector de Hacienda, le explicó a la señora que su esposo y Paulina habían tenido que acompañar a algunos de sus compañeros para tratar un asunto relacionado con la desaparición de algunos objetos, asegurándole que pronto estarían de vuelta.
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo y a pesar de la verborrea y el encanto del asesino, Amparo comenzó a sospechar. Notó una mancha de sangre en la ropa de José María y, aprovechando un momento de distracción de él, entró al baño, donde descubrió los cuerpos sin vida de Emilio y Paulina. Poco tiempo después, Amparo yacía muerta en la cama, fue un doble crimen ya que la mujer estaba embarazada.
Posteriormente, José María inició una exhaustiva búsqueda por todo el apartamento en busca de la carta de su amante y el anillo, pero sus esfuerzos resultaron infructuosos, excepto por la llave de Jusfer y algunas joyas que decidió tomar. Inspeccionó la ropa de las víctimas y se apropió del dinero que encontró.
Consciente de que la entrada principal del edificio estaba cerrada, dado que ya era después de la medianoche, Jarabo optó por permanecer en el apartamento, en compañía de los tres cuerpos sin vida, hasta la mañana siguiente.
En ese momento, decidió dar a la escena un matiz de crimen pasional. Trasladó el cuerpo de Paulina a su habitación, la dispuso en la cama y rasgó su ropa íntima, en un intento de simular un asalto sexual.
Jarabo reemplazó su camisa manchada de sangre por una perteneciente al fallecido Emilio, y dispuso varias botellas de licor y copas semi-vacías y volcadas, manchadas con lápiz labial, sobre una mesa. Todo esto para crear la impresión de una noche desenfrenada.
A la mañana siguiente, cuando se abrió la entrada principal del edificio, José María abandonó discretamente la escena del crimen. Pasó la mañana en el Cine Carretas, aprovechándose de las sesiones continuas.
Tras salir del cine, hizo su habitual recorrido por los bares que acostumbraba a visitar y luego volvió a su pensión para relajarse. Allí, comenzó a planificar su visita al otro socio de la tienda de empeños Jusfer, Félix López Robledo, para el día siguiente.
Jarabo se levantó temprano la mañana del lunes 21 de julio de 1958, con la intención de ir a Jusfer. Una vez allí, utilizó la llave que había robado de la casa de Emilio para abrir la tienda, y se ocultó en su interior, a la espera de la llegada de Félix.
Fiel a su rutina diaria, Félix llegó a Jusfer y abrió la puerta, sin tener idea de que sería la última vez que lo haría. En el interior, oculto, Jarabo le estaba esperando. Sin decir nada, le disparó dos veces por la espalda, en la nuca. Posteriormente, buscó por todos lados en la tienda el anillo y la carta de Beryl, pero una vez más no tuvo éxito.
Se puso uno de los trajes que habían sido empeñados en la tienda y luego se dirigió a la tintorería Julcán, situada en la calle Orense, 49, de la que era cliente habitual. Les entregó la ropa manchada de sangre y el maletín, pidiéndoles que se los guardaran hasta el día siguiente cuando regresaría a recoger las prendas. Les contó que la noche anterior se había metido en una pelea con un rufián, al que había golpeado en la nariz, en la sala de fiestas "El Molino Rojo" y que aquel imbécil le había puesto perdido el traje.
Uno de los vecinos cercanos a los dueños de Jusfer, al notar que la tienda permanecía cerrada toda la mañana, se dirigió a la residencia de Emilio sin obtener respuesta. Posteriormente, habló con el conserje del edificio, quien le indicó que no había visto ni a la pareja ni a la empleada de hogar entrar o salir. Luego decidieron contactar al socio, Félix, en su domicilio. La llamada fue respondida por Ángeles de las Nieves Mayoral, la compañera de Félix, quien expresó su asombro, aclarando que Félix se había ido temprano esa mañana, como de costumbre, para abrir el negocio. Dada la extrañeza y el misterio que rodeaba la situación, los vecinos decidieron reportar los hechos a la comisaría.
El lunes, Jarabo pasó su tiempo recorriendo tabernas y pasó la noche con dos mujeres que había conocido en el bar Chicote, con quienes quería pasar la noche. Sin embargo, como no logró alquilar una habitación, recorrieron la ciudad en taxi hasta el amanecer. Después de detenerse para desayunar, le indicó al taxista que los llevara a la tintorería en la calle Orense.
Cuando los agentes descubrieron la escena de los cuatro asesinatos y la gran cantidad de sangre derramada, dedujeron que el asesino muy probablemente habría necesitado los servicios de una lavandería o tintorería, por lo que ordenaron una inspección de todos los establecimientos de limpieza locales.
Los dueños de la tintorería Julcán confirmaron a la policía que, ciertamente, un cliente les había traído un traje para su limpieza urgente. La gran cantidad de sangre en el traje les había llamado la atención, especialmente dado que se les dijo que era el resultado de una hemorragia nasal. El cliente también había dejado un maletín para recoger al día siguiente. Al inspeccionar el maletín, la policía descubrió varios objetos, entre los cuales destacaba una pistola FN de calibre 7,65 mm. Esta arma fue identificada como la que el asesino había empleado para perpetrar sus delitos.
A mediodía del martes 22 de julio, cuando José María apareció en el local para recoger su traje, se encontró con un contingente de policías que lo estaban esperando. Sin ofrecer resistencia, fue aprehendido y llevado a la Dirección General de Seguridad situada en la Puerta del Sol. Una vez allí y con la serenidad que siempre lo caracterizaba, pidió que se enviara comida y una botella de coñac francés para todos desde el restaurante Lhardy. Incluso consiguió que le suministraran morfina a medida que iba admitiendo los asesinatos. Expresó arrepentimiento por la muerte de las dos mujeres, pero no mostró la misma contrición por los usureros que, en su opinión, le habían extorsionado.
La atención pública era tan intensa que se formaban colas diarias para entrar al tribunal. Personas famosas de la época, como la actriz y cantante Sara Montiel, asistieron a algunas de las sesiones. Durante el juicio, el acusado pronunció su frase más famosa: "Si soy un psicópata lo desconozco. Solo sé que soy el responsable de cuatro muertes; dos algo más justificadas, aunque, en realidad, ninguna puede serlo". Finalmente, Jarabo fue sentenciado a muerte por garrote vil el 10 de febrero de 1959, una sentencia que se llevó a cabo el 4 de julio del mismo año.
La sentencia judicial inicialmente estableció que Jarabo era una persona responsable de sus actos: "aficionado a las bebidas alcohólicas y al uso de drogas, pero ni una ni otra le privaban de la consciencia de sus actos, sabe distinguir perfectamente entre lo aceptable y lo permitido". Los jueces de la Audiencia Provincial de Madrid condenaron a Jarabo a la pena de muerte "como autor de cuatro delitos de robo, cada uno de los cuales resultó en homicidio, con la concurrencia de las circunstancias agravantes de alevosía y premeditación en todos, y el desprecio del sexo en dos".
La pena se llevó a cabo mediante garrote vil, un método de ejecución utilizado en España desde la Edad Media hasta la Constitución de 1978. El "garrote" consta de una silla con un collar de hierro que termina en una bola. Al girarlo, causa la fractura del cuello del condenado, provocando su muerte. Dependiendo de la habilidad del verdugo, el mecanismo podía funcionar de inmediato o no, prolongando la agonía del ejecutado. De hecho, la ejecución de Jarabo fue bastante problemática. La avanzada edad del verdugo, junto con la fuerte constitución física del condenado, hizo que el sufrimiento se prolongara demasiado. Finalmente, Jarabo murió en una celda de la cárcel de Carabanchel el 4 de julio de 1959, tras una larga agonía, acompañado del verdugo, su abogado defensor y el director de la prisión. Así llegó a su fin la vida de uno de los asesinos más notorios en la historia de nuestro país, siendo el último en ser sentenciado a la pena de garrote vil.
Libros relacionados con el caso:
Jarabo 1958 de Francisco Pérez Abellán
Películas o series sobre Jarabo:
En la serie "La huella del crimen" se puede descubrir un episodio centrado en Jarabo, con una actuación sobresaliente de Sancho Gracia y bajo la dirección de Juan Antonio Bardem.
Este capítulo tiene una duración de aproximadamente 1 hora y 15 minutos.
Conclusiones:
En conclusión, la historia de José María Jarabo es un retrato perturbador de un individuo con una personalidad destructiva y despiadada. Desde su obsesión por el lujo y la satisfacción de sus deseos hasta su participación en actividades delictivas y sus brutales asesinatos, Jarabo mostró una falta total de empatía y respeto por la vida de los demás.
Sus adicciones y su comportamiento violento revelan un profundo desorden emocional y una falta de control sobre sí mismo. Su capacidad para manipular y engañar a las personas a su alrededor es un claro indicio de su habilidad para conseguir lo que quiere sin importar el costo para los demás.
La historia de José María Jarabo nos recuerda la importancia de la responsabilidad personal y el respeto por los demás. También destaca la necesidad de abordar las enfermedades mentales y las adicciones, ya que pueden llevar a comportamientos extremadamente peligrosos.
En última instancia, la historia de Jarabo es una advertencia sobre los peligros de la falta de empatía, la búsqueda desmedida de poder y el desprecio por la vida humana. Es un recordatorio de que nuestras acciones tienen consecuencias y que es crucial promover valores éticos y una sociedad basada en el respeto mutuo y la compasión.
Al ver el flujo de sangre que amenazaba con filtrarse por debajo de la puerta hacia el vestíbulo, José María lo bloqueó esparciendo un saco de serrín que encontró en la tienda. Luego, tomó un maletín en el que metió su ropa manchada de sangre, junto con otros objetos y joyas que consideró valiosos.
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