Carl Eugene Watts "El asesino del domingo por la mañana"
Carl Eugene Watts nació en Fort Hood, Texas, el 7 de noviembre de 1953. Su padre, Richard, era un respetado soldado de primera clase, mientras que su madre, Dorothy Mae, trabajaba como maestra en un jardín de infancia. Un año después llegó su hermana Sharon, pero aquel nacimiento no bastó para mantener unida a la familia.
Cuando Carl tenía apenas dos años, sus padres se separaron. Dorothy se trasladó con sus hijos a Inkster, Michigan, donde comenzaron una nueva etapa. La mujer mantenía un estrecho contacto con sus familiares y con frecuencia llevaba a los niños a la granja de su madre. Allí Carl era feliz: su abuela lo adoraba y lo llamaba cariñosamente “Coral”. Con los años, el niño confesaría que le gustaba perseguir y desollar conejos.
A los nueve años, Dorothy volvió a casarse con Norman Caesar, un mecánico viudo con seis hijos. La casa se llenó de niños y Carl pasó a ser uno más. Callado y reservado, solía mantenerse en silencio la mayor parte del tiempo. A los doce años comenzó a tener fantasías inquietantes sobre torturar y matar a mujeres jóvenes.
Un año más tarde contrajo meningitis. Perdió todo un curso escolar y regresó con notables secuelas cognitivas. Tenía grandes dificultades para concentrarse y fue víctima de acoso escolar. Durante su adolescencia empezó a acechar mujeres, y existen sospechas de que cometió su primer asesinato a los quince años.
El 29 de junio de 1969, Carl sintió una irrefrenable compulsión por convertir en realidad sus oscuras fantasías. Durante su ruta de entrega de periódicos, atacó sin previo aviso a Joan Gave, de 26 años, dejándola inconsciente. Fue arrestado poco después y trasladado a la Clínica Lafayette de Detroit para recibir tratamiento psiquiátrico.
En la evaluación, admitió tener sueños perturbadores que, en lugar de angustiarlo, le proporcionaban alivio. Los médicos concluyeron que era un joven con comportamientos compulsivos y tendencias pasivo-agresivas, y que trataba de contener impulsos homicidas. Diagnosticado como peligroso para la sociedad, permaneció internado un año. Más tarde volvería a la clínica en nueve ocasiones.
Tenía un coeficiente intelectual de 68. Pese a sus limitaciones, logró graduarse en 1973 gracias al apoyo de su madre y una beca deportiva. Sin embargo, su carrera universitaria en Lane College, Tennessee, se truncó tres meses después por una lesión de rodilla. Regresó a Detroit y trabajó como mecánico mientras lidiaba con los mismos pensamientos violentos. Los especialistas lo diagnosticaron entonces con trastorno de personalidad antisocial y un “fuerte impulso de agredir a mujeres”.
En 1974 se matriculó en la Universidad de Western Michigan. Pronto abandonó sus estudios y dedicó su tiempo libre al ping-pong y a alimentar sus fantasías. A los 20 años las llevó a cabo. El 25 de octubre de 1974 intentó estrangular a Lenore Knizacky, una joven de 23 años. Días más tarde apuñaló hasta la muerte a Gloria Steele, estudiante de 19 años, asestándole 33 cuchilladas. Fue detenido e identificado por varias víctimas, aunque solo condenado por agresión y liberado en 1976.
Tras salir de prisión, tuvo una hija con Delores. Luego se casó con Valeria Goodwill, matrimonio que terminó seis meses después. Según la joven, Carl sufría violentas pesadillas, realizaba actos extraños —como cortar plantas con cuchillos— y desaparecía durante horas. Mientras tanto, una ola de asesinatos sacudía Detroit: mujeres jóvenes aparecían estranguladas o apuñaladas, sin señales de robo ni violación.
El patrón pronto se repitió en Ann Arbor y en Windsor, Canadá. Las víctimas morían al amanecer, los domingos. La prensa le puso un nombre: The Sunday Morning Slasher. En noviembre de 1980, dos policías lo arrestaron en Ann Arbor mientras acechaba a una joven. En su coche hallaron herramientas de talla y un diccionario con la frase “Rebecca es una amante”. Pero sin pruebas fehacientes, fue puesto en libertad.
Bajo vigilancia policial, Watts se volvió paranoico. En enero de 1981 abandonó Michigan y se marchó a Houston, Texas, donde consiguió empleo de mecánico. Poco después, los crímenes continuaron. Entre 1981 y 1982, decenas de mujeres fueron asesinadas en condiciones similares. No había asaltos sexuales ni robos: eran asesinatos compulsivos, desprovistos de motivo aparente.
El 23 de mayo de 1982, tras atacar a Lori Lister y Melinda Aguilar en Houston, Watts fue arrestado in fraganti. La descripción de la escena fue espeluznante: Lori había sido estrangulada y sumergida en una bañera, pero logró sobrevivir. El asesino fue reducido mientras huía por las escaleras del edificio.
Durante los interrogatorios, Coral confesó haber atacado a 19 mujeres y asesinado a 13. Llevó a los agentes hasta las fosas donde enterró algunos cuerpos: Suzanne Searles, Carrie Jefferson y Emily LaQua. Pese a ello, gracias a un polémico acuerdo con la fiscalía fue acusado solo de “robo con intención de cometer asesinato”. A cambio, recibió una condena de 60 años pero inmunidad por los homicidios.
La decisión generó indignación. Años después, un fallo judicial lo reclasificó como “delincuente no violento”, dejándolo elegible para una liberación anticipada. Las protestas públicas fueron tan grandes que el estado de Texas modificó la ley, impidiendo que se aplicara retroactivamente su beneficio.
Carl Eugene Watts murió en prisión el 21 de septiembre de 2007, a los 53 años, mientras cumplía su pena. Se cree que asesinó entre 40 y 80 mujeres en Michigan y Texas, convirtiéndose en uno de los asesinos seriales más prolíficos y siniestros de Estados Unidos.
Conclusiones:
La historia de Carl Eugene Watts es un escalofriante ejemplo de cómo las heridas emocionales, las enfermedades mentales y la falta de apoyo adecuado pueden converger en una tragedia humana de enormes proporciones. Desde una infancia marcada por la soledad y las dificultades cognitivas hasta el desarrollo de impulsos homicidas que pasarían años sin control ni detección efectiva, Watts dejó una huella profunda en la memoria criminal de Estados Unidos.
Sus crímenes revelan la complejidad de entender y detener a un asesino serial que actuaba con una mezcla de astucia y brutalidad, causando terror en distintas comunidades y desafiando a las autoridades. La sombra de sus acciones aún persiste, así como el debate sobre la necesidad de sistemas judiciales y psiquiátricos eficaces para impedir que individuos con perfiles similares vuelvan a herir a la sociedad.
Finalmente, el caso de Watts es un llamado a la responsabilidad colectiva para mejorar la identificación temprana de comportamientos peligrosos, brindar rehabilitación real y evitar que los más vulnerables caigan en ciclos de violencia tanto hacia sí mismos como hacia otros.
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