Milena Quaglini, de víctima a asesina en serie

 




Milena Quaglini vino al mundo el 25 de marzo de 1957 en Mezzanino, un pequeño pueblo de la provincia de Pavía en Italia. Creció en lo que parecía ser una familia común y corriente desde fuera, pero dentro de su hogar, las cosas eran muy diferentes; vivía en un auténtico infierno. Su progenitor era un adicto al alcohol que no tenía reparos en desatar su furia tanto contra su esposa como contra la pequeña Milena. Patadas, golpes y alaridos eran la norma diaria en esa morada. Su madre, por otro lado, era apenas una sombra de lo que alguna vez fue, una mujer sumisa y silenciosa, temerosa incluso de mirar a los ojos, sabiendo que cualquier movimiento en falso podría desencadenar otra paliza, ya sea hacia ella o hacia su hija. Milena creció bajo estas circunstancias, consciente de que no podría soportar esa situación por mucho más tiempo. 

Por lo tanto, en cuanto tuvo la oportunidad, se alejó lo más que pudo de ese lugar. A pesar de todo, Milena se esforzó en seguir adelante y continuó sus estudios de contabilidad, compatibilizándolos con empleos de cajera o limpiadora. 

Después de graduarse, conoció a Enrico, un hombre diez años mayor que ella y el verdadero amor de su vida. Se casaron y tuvieron un hijo al que llamaron Darío. Eran felices, construyeron un hogar maravilloso y todo parecía irles bien, pero la felicidad fue efímera. Enrico padecía de diabetes y, pocos años después del matrimonio, falleció debido a complicaciones de la enfermedad. Devastada y sumida en una depresión que la acompañaría de por vida, Milena quedó sola con su hijo. No quería que Darío sufriera lo que ella vivió en su infancia, así que no regresó a casa de sus padres. 

En esos momentos difíciles, Milena encontró consuelo en el alcohol, bebiendo para ahogar su dolor. Decidió mudarse a Travacó Siccomario y rápidamente encontró trabajo en un centro comercial. 


Parecía que las cosas volvían a mejorar; Milena era joven y atractiva para los hombres. Fue entonces cuando conoció a Mario Fogil, un divorciado diez años mayor que ella. Sin embargo, Milena parecía tener mala suerte y poco acierto al elegir hombres. Mario trabajaba ocasionalmente como camionero y, siendo una persona insegura y celosa, no llevaba bien sus ausencias laborales. Llegó al punto de obligar a Milena a dejar su trabajo, convencido de que, tarde o temprano, ella le sería infiel con algún compañero. 


Por un tiempo, todo pareció ir bien, pero en 1992, cuando Milena quedó embarazada, Mario comenzó a comportarse violentamente. Golpeaba y gritaba a Milena por cualquier cosa, y los abusos de su infancia volvían a su memoria. Con el nacimiento de la niña, la situación empeoró considerablemente y las peleas esporádicas se convirtieron en algo habitual. La situación financiera de la familia tampoco era favorable, y el carácter agresivo de Mario, junto con su afición al alcohol, dificultaba la búsqueda de un empleo estable. 


Milena quedó embarazada de nuevo, y los problemas entre ella y Mario se intensificaron. Mario parecía incapaz de mantener a su familia y, en lugar de buscar una solución, se hundía más y más en deudas, siempre acompañado de su fiel botella de alcohol. La situación alcanzó un punto crítico cuando los agentes judiciales llegaron a su casa con una orden de embargo y se llevaron todo lo que tenía valor. Eso fue la última gota para Milena, quien tomó a sus hijos y puso fin a su relación con Mario, mudándose al este. Milena debía empezar de nuevo, aunque no desde cero, pues arrastraba las deudas que había acumulado durante su tiempo con Mario. 


Siempre fue una trabajadora incansable, por lo que no tardó en encontrar trabajo como conserje en un gimnasio. Sin embargo, un solo salario no era suficiente para vivir y pagar sus deudas. Giusto Dalla Plaza, un hombre de 83 años, buscaba a alguien que se hiciera cargo de sus cuidados. Milena se presentó y rápidamente comenzó a trabajar para él. 


La relación de confianza que se estableció entre ellos llevó a Milena a compartir su situación económica con Giusto, quien le prestó dos mil euros para ayudarla a pagar sus deudas. Pero las cosas se complicaron el 25 de octubre de 1995. Giusto le dio a Milena un ultimátum: podía devolverle el dinero a razón de 500 euros al mes, o también podría pagarle con favores sexuales. Milena rechazó tajantemente esta última opción, lo que enfureció al anciano. 


Herido en su orgullo, intentó violarla. Milena se defendió golpeándolo en la cabeza con una lámpara, causándole una grave herida. Dejó la casa para regresar más tarde y llamar a la policía, a la que le relató que al llegar a la casa había encontrado a Giusto en el suelo, rodeado de un charco de sangre. El anciano fue llevado al hospital, pero murió diez días después, sin haber podido dar su versión de los hechos. Por lo tanto, la causa oficial de la muerte fue una caída accidental, dejando a Milena fuera de toda sospecha. 


Tras el incidente con Giusto, Milena decidió volver con Mario, el padre de sus hijas. Por un tiempo, las cosas parecieron mejorar, pero pronto las peleas recrudecieron. Milena, abrumada por la mezcla de alcohol y antidepresivos, intentó terminar con su vida. Sin embargo, el 2 de agosto de 1998, Milena decidió que no soportaría más abusos. Esperó a que Mario se durmiera y acostó a sus hijas.


Tomó la cuerda de una persiana y la colocó alrededor del cuello de Mario. Su objetivo no era matarlo, sino asustarlo y demostrarle que ella también podía hacerle daño. Mario intentó agredirla, pero ella le golpeó con un joyero y luego lo estranguló. Cubrió el cuerpo con sábanas manchadas de sangre y luego con una alfombra, que dejó en el balcón para evitar que sus hijas lo vieran. 


Esperó unas horas antes de llamar a los Carabineros y confesar su crimen. Fue condenada a 14 años de cárcel, pero salió después de seis años para cumplir el resto de su condena en arresto domiciliario, alegando enfermedad mental.


 Una vez en libertad, Milena quiso cambiar su vida. Dejó de beber y trató de ponerse en contacto con su madre, quien no quiso saber nada de ella. Debido a su falta de recursos, se vio obligada a compartir piso, donde conoció a Angelo Porello. 


Todo iba bien hasta que descubrió que Angelo había sido acusado de abuso sexual a menores. Milena se distanció de él, lo que provocó su agresividad. El 5 de octubre de 1999, Angelo la violó dos veces. Milena no se resistió, pero después de que él terminó, le ofreció una taza de café con somníferos. Cuando Angelo quedó inconsciente, lo llevó a la bañera y lo ahogó. Luego, enterró su cuerpo en el jardín bajo una pila de estiércol. Su cuerpo fue encontrado por la policía 20 días después en un avanzado estado de descomposición. 


Las autoridades pronto localizaron a Milena, quien confesó todo, incluyendo el asesinato de Giusto. La defensa alegó que su comportamiento se debía a un trastorno mental, y fue examinada por dos psiquiatras. Tanto el Dr. Mario Mantero como el criminólogo forense Gianluigi Ponti concluyeron que Milena debía ser internada en un centro psiquiátrico. 


Finalmente, el juez impuso a Milena Quaglini una condena de seis años y ocho meses de prisión. Además, en un juicio separado, fue condenada a un año y ocho meses por el asesinato del abusador de 80 años, pero se redujo la sentencia al considerar que fue en defensa propia. 


Otro informe presentado por el profesor Maurizio Marasco respecto al asesinato de Angelo Porello, el abusador, fue considerado. El experto sostuvo que Quaglini "era consciente de las repercusiones de sus actos". A pesar de que las autoridades notaron mejorías en Milena Quaglini, ella decidió poner fin a su vida el 16 de octubre de 2001, ahorcándose en su celda. Junto a ella, se encontró una nota que decía: “No puedo soportarlo más, perdóname mamá”.


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