Las Poquianchis



Hoy, viajamos a la década de 1960 en México, un país rico en cultura y tradiciones. Pero no nos engañemos, pues tras la fachada de colores y música, se ocultaba un oscuro secreto que envolvía a la pequeña ciudad de San Francisco del Rincón, en el estado de Guanajuato. Aquí, cuatro hermanas – Delfina, María de Jesús, María del Carmen, y María Luisa González Valenzuela – tejerían una red de terror y muerte que sería recordada como uno de los casos más horripilantes de la criminología mexicana.

Conocidas como “Las Poquianchis”, estas hermanas no solo operaban en burdeles clandestinos, sino que también eran responsables de secuestrar, explotar y, en muchos casos, asesinar a jóvenes mujeres. Utilizando engaños y promesas de empleo, atrapaban a sus víctimas en una telaraña de violencia y depravación.

Pero ¿qué llevó a estas mujeres a cometer actos tan atroces? ¿Cómo fue posible que operaran durante tanto tiempo sin ser descubiertas? Y una vez descubiertas, ¿cuál fue el alcance de los horrores que dejaron atrás?

Hoy contaremos la historia de “Las Poquianchis”, revisaremosarchivos y exploraremos cómo este caso sacudió a la sociedad mexicana.

Las hermanas, procedentes de El Salto, Jalisco, nacieron de la unión conyugal de Isidro Torres y Bernardina Valenzuela. Su padre, que se desempeñaba como alguacil durante el gobierno porfirista y mantuvo su posición incluso después de la Revolución mexicana, era un hombre notoriamente violento y autoritario, frecuentemente abusando de su familia. Desde una temprana edad, forzaba a sus hijas a ser testigos de ejecuciones de prisioneros, mostrándoles de primera mano su capacidad de violencia y reafirmando su autoridad indiscutible en el hogar. En el otro extremo del espectro, la madre era una fiel seguidora de la religión católica, dedicada fervorosamente a la práctica del rosario, un compromiso religioso que transmitió a sus cuatro hijas a base de castigos es más siendo aun niñas temían la hora en la que su madre las reunía para su rezo.

La ausencia de amor y comprensión por parte de su padre llevó a las hermanas a buscar en sus relaciones de pareja el afecto que nunca obtuvieron en su hogar. Esto las condujo a estar junto a hombres involucrados en diversas actividades ilegales, en un intento de llenar el vacío emocional que habían experimentado durante su infancia.

La violencia que Isidro infligía a su familia llegó a un punto tan crítico que María del Carmen, una de sus hijas, decidió huir de casa junto a su novio, Luis. Sin embargo, su padre, en un acto de furia desenfrenada, la localizó, la agredió físicamente de forma repetida y, posteriormente, la encarceló.

El padre de 'Las Poquianchis', cumplió con un mandato de captura para Félix Ornelas, un hacendado implicado en múltiples crímenes. No obstante, en lugar de realizar el arresto de manera adecuada, acabó con la vida del sospechoso, asestándole numerosos disparos en la espalda. Estas acciones fueron claramente ilegales, especialmente porque Ornelas no mostró resistencia en el momento de su detención.

Debido a este acto de violencia, Isidro se vio obligado a huir, convirtiéndose en un fugitivo de la justicia. Para evitar posibles represalias debido a las acciones de Isidro, la familia Torres Valenzuela se vio en la necesidad de adoptar un nuevo apellido, González.

Mientras tanto, su hija María del Carmen permaneció en prisión durante 14 meses. Su liberación llegó cuando Luis Carnos un hombre de 50 años y propietario de una tienda de comestibles se ofreció a pagar su fianza a cambio de entablar una relación amorosa con ella. María del Carmen fue liberada y tuvo un hijo con este hombre.

Siguiendo los pasos de su hermana Carmen, Delfina también empezó a salir con un hombre mucho mayor que ella. No obstante, cuando su padre se enteró de la relación, la agredió con tal violencia que casi le provoca la muerte, lo que llevó a Delfina a desechar cualquier intención de continuar viendo a su enamorado.

En el año 1935, la familia se encontraba sumida en una profunda pobreza. Aunque las hermanas habían conseguido empleo en una fábrica textil, los salarios eran tan exiguos que apenas les permitían sobrevivir.

Cuando terminó la relación con el padre de su hijo, Carmen inicio un romance con Jesús Vargas, un conocido delincuente al que todos conocían como "el gato". Ambos decidieron abrir una pequeña cantina en El Salto. Sin embargo, Vargas gastaba más dinero que el que producía el negocio hasta que éste cayó en la bancarrota. Carmen tomó la decisión de abandonar a Jesús Vargas e ir al encuentro de su familia con el poco dinero que pudo salvar de aquel desastre.

Para entonces, los padres de las hermanas González habían pasado a mejor vida, dejándoles un pequeño legado. Delfina González, haciendo uso de ese capital, inauguró una cantina en El Salto, Jalisco.

El establecimiento que inicialmente se dedicaba a la venta de bebidas, con el tiempo se transformó en un oscuro y sombrío antro, donde mujeres eran forzadas a ofrecer sus servicios bajo el yugo de Delfina. Engañándolas con falsas promesas, reclutaba a jóvenes, algunas de ellas de apenas 13 años, ofreciéndoles empleo como trabajadoras domésticas. La mayoría provenía de los ranchos cercanos. Pronto, el negocio floreció.

El hijo de Delfina, Ramón Torres González, conocido como "El Tepo", se encargaba de la supervisión de las jóvenes y de mantener a raya a los clientes para evitar disturbios. Además, en ocasiones, era el responsable de entregar sobornos a la policía.

Carmen, quien tenía algunos conocimientos en contabilidad, tomó las riendas de la parte financiera del negocio y también se encargaba de tramitar los permisos necesarios. Con su habilidad, consiguió regularizar el establecimiento, logrando que dejara de funcionar en la ilegalidad.

Delfina, por su parte, aseguró la protección del negocio al entablar relaciones con la policía y autoridades locales, quienes además frecuentaban el lugar como clientes. Todo parecía marchar viento en popa, hasta que un altercado con agentes de la policía llevó al cierre del negocio. Esto ocurrió luego de que Ramón tuviera una confrontación con unos agentes en una cantina cercana al burdel, la cual resultó fatal para él. En respuesta, Delfina buscó venganza y contrató a personas para que hicieran pagar a los agentes por lo sucedido a su hijo.

El cierre del lugar se realizó con una total falta de consideración, dejando atrapadas a más de 20 mujeres en su interior. Días después, lograron escapar y se refugiaron en San Francisco del Rincón, en una propiedad que pertenecía a Delfina. Allí, permanecieron encerradas durante más de 6 meses, subsistiendo en condiciones inhumanas y deplorables.

Las hermanas González Valenzuela, junto con el grupo de mujeres que controlaban, se trasladaron a Lagos de Moreno, donde abrieron un burdel llamado Guadalajara de Noche, ubicado en la calle Allende 47. Al mismo tiempo, formaron conexiones con otros proxenetas y comenzaron a expandir su red de prostitución, la cual incluía el tráfico de menores. También inauguraron otro burdel en San Francisco del Rincón, Guanajuato, conocido como Las Poquianchis, ubicado en la calle Allende 15.

Sin embargo, sus conexiones con los proxenetas no eran suficientes, por lo que formaron alianzas con individuos sin escrúpulos dispuestos a desempeñar diversos roles, como reclutadores, secuestradores, asesinos, sepultureros, y guardaespaldas. Entre estos aliados estaban Josefina Gutiérrez García, Ema Montes, María Concepción Banda, el capitán Hermenegildo Zúñiga Maldonado (apodado “El Águila Negra”), Juan José Valenciano Tadeo, sargento segundo de Caballería del Tercer Regimiento, y el subprocurador de Justicia de Jalisco, Tomás Gómez Ramírez.

Con la protección de figuras poderosas en el gobierno, “Las Poquianchis” se convirtieron en las principales traficantes de mujeres en los estados del norte de México. Según informes policiales, vendían a las mujeres por cantidades que oscilaban entre 700 y 1,500 pesos, lo que llevó a intensificar la labor de los reclutadores para aumentar las ganancias.

La ruta del tráfico de mujeres para la prostitución se llevaba a cabo desde Guadalajara, que era la principal fuente de suministro, hasta Lagos de Moreno, Jalisco, y San Francisco del Rincón, Guanajuato. Sin embargo, los reclutadores operaban en todo el país, extendiendo su influencia a otros estados como Tamaulipas, Michoacán, San Luis Potosí, Aguascalientes, México, Veracruz, Querétaro, Sinaloa, Monterrey, Nuevo León, Durango, entre otros.

Muchos de estos reclutadores se desplazaban a zonas rurales y visitaban granjas, engañando a los padres de las jóvenes con la promesa de que sus hijas tendrían una vida mejor en la ciudad, trabajando como empleadas domésticas en hogares de personas acaudaladas. Sin embargo, en algunos casos, los padres eran conscientes del sombrío destino que esperaba a sus hijas, pero aun así decidían entregarlas a cambio de una buena suma de dinero. Esto evidenciaba la desesperación y la vulnerabilidad de estas familias, así como la falta de escrúpulos y la astucia de los reclutadores que, aprovechándose de la situación, participaban en el tráfico de personas y la explotación de estas jóvenes.

Una vez que las muchachas estaban bajo el control de las hermanas González, eran confinadas y sometidas a presión hasta que cedían a prostituirse. Posteriormente, recibían instrucciones sobre cómo llevar a cabo su trabajo. Además, se les obligaba a comprar ropa y maquillaje a precios exorbitantes, y esto debían adquirirlo directamente de Las Poquianchis. Esto creaba un ciclo de deuda y dependencia, lo que dificultaba aún más cualquier intento de escape o resistencia por parte de las jóvenes, quienes se encontraban atrapadas en un entorno de explotación y abuso.

Delfina tenía un conjunto de reglas estrictas en sus establecimientos que debían ser seguidas al pie de la letra. Paradójicamente, afirmaba que ciertas prácticas no eran apropiadas para una "buena cristiana", por lo que dentro de sus locales estaban terminantemente prohibidos los actos lésbicos, los besos y las relaciones anales. Esto refleja una doble moral, ya que mientras se involucraba en la explotación y el tráfico de personas, pretendía mantener ciertos “valores”dentro de un negocio que era inherentemente abusivo y explotador.

Desde El Salto, el capitán Hermenegildo Zúñiga Maldonado, también conocido como "Águila Negra", se convirtió en uno de los principales colaboradores de "Las Poquianchis". Al ser parte de la fuerza militar, brindó protección a las hermanas y las ayudó a establecer conexiones con personas influyentes.

Sin embargo, "Águila Negra" no fue el único miembro de las fuerzas militares involucrado. Las hermanas, reconociendo el poder y la autoridad que los militares tenían en la región, establecieron relaciones con otros, incluido Juan José Valenciano Tadeo, un sargento de la Caballería. Delfina, la mayor de las hermanas, incluso estableció un vínculo más cercano con él al hacerlo su compadre.

Mientras Zúñiga actuaba como guardia armado en el bar "Guadalajara de Noche", a cambio de 20 pesos diarios y favores sexuales, Valenciano Tadeo se convirtió en el ejecutor de las hermanas, encargándose de actos violentos y asesinatos. Uno de sus primeros actos fue el asesinato de una trabajadora del burdel llamada Marta, a quien eliminaron tras una disputa que tuvo con Delfina. Esto ocurrió en el municipio de San Francisco del Rincón.

Con el gran flujo de dinero que las hermanas estaban ganando a través de la explotación de mujeres, Delfina también buscó la protección del subprocurador de Justicia de Jalisco en ese momento, Tomás Gómez Ramírez. Pagaba 35,000 pesos a cambio de su protección, lo que fortaleció la operación de su red ilícita con la complicidad de las autoridades. Esto les permitió operar durante dos décadas, aumentando significativamente sus ingresos. Se afirmó que la hermana mayor de las "Poquianchis" acumuló más de dos millones de pesos en ganancias netas.

El negocio florecía día tras día, y con ello crecía la demanda de más chicas. Los reclutadores eran conscientes de que podían vender fácilmente a cada una de ellas a las Poquianchis por 700 pesos. Estos individuos se esforzaban en atraer a más mujeres jóvenes, explotando su vulnerabilidad y engañándolas con promesas falsas, solo para entregarlas a un destino sombrío bajo el control de las hermanas González Valenzuela. Esta adquisición de nuevas chicas alimentaba el lucrativo, pero nefasto negocio que las Poquianchis habían establecido.

Josefina Gutiérrez García se erigió como una de las piezas clave en el reclutamiento para las Poquianchis. Con astucia y engaños, convencía a jóvenes de la ciudad de Guadalajara para ser entregadas a las hermanas González Valenzuela. En 1958, Delfina la instruyó con la misión de captar mujeres en Guadalajara. Sin embargo, en su primera incursión, Josefina no consiguió su objetivo. Al retornar al rancho Lomas San Ángel, fue víctima de una agresión brutal a manos de Delfina, quien la amenazó con asesinarla si no lograba llevar mujeres para su negocio. Este incidente pone de manifiesto la brutalidad y la desesperación que caracterizaban la gestión del macabro negocio de las Poquianchis, así como la intensa presión que ejercían sobre aquellos que trabajaban para ellas con el fin de mantener un flujo constante de mujeres para explotar. 

Con el transcurso del tiempo, Josefina, el sargento José Valenciano Tadeo, el capitán Hermenegildo, Ema Montes, el policía militar José López Alfaro, Felipe Cardona “El Churros”, Constantino Rivas “El Costal”, Jesús Escareño “El Currichi”, y Jesús Luna “El Chuta” llenaron Los burdeles Las Poquianchis y El Guadalajara de Noche con tantas mujeres jóvenes que eventualmente no supieron qué hacer con aquellas que ya no eran aptas para la prostitución.

Hermenegildo y José sugirieron una solución macabra a las Poquianchis. En poco tiempo, los burdeles se transformaron en campos de concentración y tumbas clandestinas. Para controlar a las víctimas secuestradas, Delfina y María Jesús mandaron construir calabozos que actuaron como celdas de castigo en los distintos establecimientos, incluyendo el rancho Lomas de San Ángel, El Guadalajara de Noche y Las Poquianchis.

En estas mazmorras, que eran espacios oscuros y helados, se sometía a torturas a las mujeres que se resistían a las hermanas González Valenzuela. Las hermanas ordenaban a sus secuaces que las golpearan salvajemente con látigos o palos y las privaban de alimentos durante días, lo que a menudo resultaba en que las mujeres padecieran de anemia y otras enfermedades debido a las condiciones inhumanas en las que eran mantenidas.

En una ocasión, las hermanas González Valenzuela, a quien ya todos conocían como "las hienas", confinaron a un grupo de chicas jóvenes de entre 13 y 18 años. Las mantuvieron sin comida durante tres días, luego Delfina les llevó chicharrones con chile rojo y las chicas hambrientas devoraron la comida mientras Delfina las observaba con una mirada burlona. Cuando terminaron de comer, Delfina les dijo con crueldad: "¿Cómo les supieron sus amigas?", haciendo referencia a que los chicharrones estaban hechos de Chole y “Pingüica”, dos de las chicas con las que habían compartido encierro y que habían desparecido dos Días antes. Esto provocó que las jóvenes vomitaran, mientras Delfina se reía descontroladamente.

Las atrocidades que cometían no se limitaban a actos de canibalismo. Delfina, María de Jesús y María Luisa degradaban y corrompían a las jóvenes inocentes, llevándolas a tal punto de desesperación que ya no podían distinguir entre lo correcto e incorrecto. Utilizaron drogas para controlar a las chicas y extendieron su red criminal al establecer conexiones con narcotraficantes internacionales.

Gracias a sus conexiones con criminales y figuras de alto nivel en el gobierno, "Las Poquianchis" se convirtieron en las principales traficantes de personas en México durante los años 50 y 60. Para satisfacer a sus protectores y distribuidores de drogas, organizaban orgías dentro de los burdeles. Entre los clientes más frecuentes se encontraban el subprocurador de Justicia de Jalisco en ese momento, Tomás Gómez, y varios miembros de las fuerzas militares.

A primera vista los negocios de Las Poquianchis parecían ser típicas cantinas donde mujeres ofrecían compañía; sin embargo, tras esta aparente normalidad, se escondía una oscura red criminal de proporciones alarmantes y una brutalidad sin precedentes con relación a la prostitución en México. Lo que parecía ser un negocio convencional, en realidad albergaba un horror de violencia, incontables asesinatos y una gama de crímenes espeluznantes.

Las hermanas González Valenzuela operaban en un ambiente de total impunidad, lo que les permitió cometer una cantidad inconmensurable de asesinatos. Salvador Estrada Bocanegra fue uno de sus colaboradores más letales, y al momento de su captura, declaró que había perdido la cuenta de cuántas mujeres había asesinado. Francisco Camarena García, un chofer que trabajaba para ellas, era el encargado de transportar los cuerpos sin vida en una carretilla hacia fosas improvisadas. En esta siniestra tarea era asistido por José Facio Santos, quien también tenía la función de deshacerse de los cadáveres abandonándolos en carreteras cercanas.

Hacia finales de los años 50 y comienzos de los 60, hubo un notable incremento en las denuncias de desapariciones de jóvenes ante la Procuraduría de Justicia de Jalisco. Pese a esto, las hermanas González Valenzuela, también conocidas como "Las Diabólicas", operaban con impunidad, gracias a la protección que recibían del subprocurador Tomás Gómez Ramírez. Él les proporcionaba información anticipada sobre las denuncias que se presentaban contra ellas, lo cual les permitía trasladar a las jóvenes a distintos lugares o esconderlas con la colaboración de Concepción Banda. De esta manera, Tomás Gómez Ramírez se aseguraba de que los casos fueran archivados y no avanzaran.

En la vorágine de historias desgarradoras de vidas destrozadas por "Las Poquianchis", la de las hermanas Adelina y Ernestina resalta con particular crudeza. Rosario, su padre, atravesaba por tiempos desesperados, pues había perdido sus tierras a manos del gobierno y la familia lidiaba con precariedades insostenibles. En un intento por encontrar algún tipo de solución, dejó a sus hijas bajo el cuidado de Delfina, con la esperanza de que encontrarían trabajo como sirvientas. El alivio que buscaba Rosario se convirtió rápidamente en la peor pesadilla para sus hijas.

Adelina y Ernestina fueron conducidas a un burdel regentado por "Las Diabólicas", donde un siniestro destino las esperaba. Fueron sometidas a un trato inhumano por parte de Santa, una de las prostitutas del lugar y de confianza de las hermanas González, que las maltrataba y mantenía encerradas. El horror se intensificó cuando ambas fueron víctimas de violaciones por parte de los hombres que trabajaban para las hermanas González.

La tragedia de Adelina y Ernestina es un testimonio del grado de maldad y deshumanización que se escondía tras las puertas de los burdeles operados por "Las Poquianchis". Las esperanzas y sueños de dos jóvenes inocentes quedaron destrozados en un lugar donde la compasión y la decencia parecían no tener cabida.

Mientras tanto, Rosario permanece en la ignorancia de la suerte que corren sus hijas. En este calvario, Ernestina queda embarazada y es sometida a un aborto forzado por María Luisa. Por si la tragedia no fuese suficiente, un tercer golpe cae sobre la familia cuando el sargento Valenciano Tadeo secuestra a Indelisa, otra hermana de Adelina y Ernestina, y la entrega a un tormentoso destino en manos de “Las Poquianchis”.

Las tres hermanas, unidas en desgracia, se encuentran atrapadas en lo que ellas denominan la “casa de la muerte”. Se convierten en testigos de los abominables crímenes perpetrados en aquel lugar, padecen de abusos constantes y sobreviven con comida escasa y deplorable. Esta experiencia las va desgastando hasta convertirlas en sombras de lo que eran, meros espectros que alguna vez fueron mujeres llenas de vida.

Adelina, quien al principio se presentaba como una joven inocente y tímida, especialmente cuando fue arrancada de su hogar por “Las Poquianchis”, experimenta una transformación dolorosa. Asustada y vulnerable al ingresar al burdel, el incesante tormento y la prostitución forzada a la que es sometida la despojan de cualquier rastro de inocencia. Adelina, una vez una joven con un futuro por delante, se convierte en una figura patética y desesperanzada, atrapada en un abismo del que parece imposible escapar.

En 1963, Adelina, ya al borde de la locura debido a las terribles circunstancias en las que se encontraba, fue forzada a cometer un acto impensable: asesinar a su propia hermana, Ernestina. Este crimen horrendo fue parte de la penosa deuda que tuvo que pagar cuando finalmente fueron descubiertas las atrocidades cometidas por "Las Poquianchis".

En 1975, tras haber estado en prisión durante once años, Adelina es una sombra de su antiguo ser. Se la ve resignada, con una mirada que refleja una tristeza profunda y desgarradora, habiendo perdido todo en manos de las despiadadas hermanas González Valenzuela.

Por otro lado, Indelisa, la otra hermana que también fue víctima de "Las Poquianchis", tomó un camino diferente. A pesar de haber experimentado la crueldad de los burdeles de las hermanas González, Indelisa decide establecer su propio burdel clandestino en San Francisco del Rincón.

En diciembre de 1963, se produjo un giro crucial en los oscuros asuntos de "Las Poquianchis" cuando Soledad y María del Pilar lograron escapar de sus captores. Habían sido enviadas a comprar provisiones y aprovecharon la oportunidad para huir. Desesperadas, llegaron a Guadalajara y buscaron a las madres de algunas de las jóvenes desaparecidas con las que habían convivido y así dieron con las madres de Elisa, María y Catalina.

Una vez que encontraron a estas madres angustiadas, presentaron una denuncia ante la Procuraduría de Justicia, señalando a Delfina, María Jesús y María Luisa González Valenzuela como las líderes de una banda altamente organizada involucrada en la prostitución infantil y la explotación de mujeres. Afortunadamente, esta denuncia no pasó por las manos del subprocurador Tomás Gómez, quien previamente había protegido a las hermanas González Valenzuela. Sin su protección, las autoridades pudieron actuar y las hermanas fueron arrestadas el domingo 12 de enero de 1964.

La noticia de los arrestos y las espeluznantes revelaciones comenzaron a aparecer en los periódicos a partir del miércoles 15 de enero. Los medios de comunicación describieron la situación como una "espantosa historia de explotación de mujeres". Las autoridades tanto de Jalisco como de Guanajuato llevaron a cabo intensas investigaciones en las propiedades de las hermanas González Valenzuela para recopilar pruebas. Los agentes de la policía que participaron en las investigaciones quedaron en estado de shock y descreimiento ante la magnitud y crueldad de los crímenes descubiertos.

Durante las investigaciones iniciales que tuvieron lugar entre el 12 y 14 de enero, se reveló la horripilante verdad detrás de los burdeles administrados por "Las Poquianchis". Estos lugares fueron descritos como verdaderas "casas de la muerte", donde las víctimas que se resistían a obedecer órdenes atroces eran brutalmente golpeadas hasta la muerte. Estas órdenes incluían someter a las mujeres a prácticas sexuales aberrantes y obligarlas a consumir drogas y pociones relacionadas con prácticas supuestamente satánicas. Durante esos días, cuatro cadáveres fueron encontrados en San Francisco del Rincón y se reportaron 12 personas desaparecidas.

Para el 15 de enero, se descubrieron siete cuerpos adicionales en fosas improvisadas. Estos cuerpos estaban amordazados y atados, y habían sido rociados con gasolina y quemados. También se encontraron frascos que contenían fetos, consecuencia de los embarazos de las mujeres explotadas. A partir de ese momento, el número de muertos aumentó alarmantemente. Además, los investigadores encontraron una lista con los nombres de 16 víctimas que "Las Poquianchis" planeaban matar en una "matanza en serie" durante el mes de enero, ya que consideraban que estas mujeres se habían vuelto "feas y delgadas". Además, tenían planes de reclutar a más víctimas.

El 16 de enero, las autoridades inspeccionaron otro burdel conocido como "Guadalajara de Noche" en Lagos de Moreno. En este lugar, descubrieron tumbas colectivas improvisadas y hornos crematorios. Delfina González, al darse cuenta de la gravedad de la situación y de que probablemente sería condenada, intentó suicidarse ahorcándose con sus trenzas y un suéter, pero no tuvo éxito. Las investigaciones continuaron y el 17 de enero, el agente del Ministerio Público, Jesús Prado Flores, ordenó la detención de María Concepción Banda, una conocida de Delfina, junto con otros cuatro cómplices.

El 19 de enero fue un día crítico en el caso de "Las Poquianchis", ya que el periódico El Sol de Guadalajara reveló la colusión entre funcionarios de Jalisco y autoridades municipales de Lagos de Moreno con las proxenetas. El escándalo se intensificó cuando se descubrieron telegramas en el burdel "Guadalajara de Noche" que implicaban al subprocurador de Justicia, Tomás Gómez. Uno de los telegramas decía: “Urge vengas existe grave denuncia contra usted”, fechado el 11 de diciembre de 1959.

El 20 de enero, se levantó el suelo de mosaico en el local "Guadalajara de Noche" y se encontró una fosa séptica que contenía huesos humanos, medias y zapatos de mujeres.

Debido a que el escándalo trascendió las barreras estatales, el procurador de Justicia, Luis Macías Meléndez, nombró a Jesús Ahumada Mercado como nuevo subprocurador y destituyó a Gómez Ramírez. Después de cinco días deinvestigación, las autoridades emitieron órdenes de prisión formal contra “Las Poquianchis” y sus cómplices. Sin embargo, María Luisa, la hermana menor, permanecía prófuga. Simultáneamente, comenzaron a ser arrestados los líderes de la banda de explotación; el 24 de enero, en Lagos de Moreno, arrestaron al sargento Juan José Valenciano Tadeo, acusado de varios homicidios.

A pesar de las abrumadoras evidencias, “Las Poquianchis” afirmaban que escaparían a la justicia. Sin embargo, el 27 de enero, Josefina Gutiérrez, una de las principales reclutadoras de víctimas, proporcionó testimonio que incriminó aún más a las hermanas González Valenzuela. Después de un año de silencio, Josefina relató durante cinco horas los horripilantes asesinatos de las prostitutas y proporcionó información clave sobre la red de prostitución. Josefina había llegado a los burdeles de Delfina y María de Jesús cuando fue expulsada de su hogar. Después de ser forzada a la prostitución, se convirtió en una de las verdugas de “Las Poquianchis”. Durante cinco años, reclutó mujeres para los burdeles hasta que fue arrestada el 14 de enero de 1963 a petición de una joven llamada Petra Esteban Sánchez.

Petra, una de las víctimas, declaró que su madre le había permitido ir con Josefina con la creencia de que iba a trabajar como sirvienta en Zapotlanejo. Sin embargo, la muchacha se dio cuenta de que Josefina había comprado pasajes para León, Guanajuato, en lugar de Zapotlanejo. Al sospechar, logró escapar bajo el pretexto de ir al baño y llamó a la policía. Las autoridades confirmaron que Josefina llevaba tres chicas con la intención de venderlas a las proxenetas.

Tras las declaraciones de Petra, Josefina Gutiérrez, apodada "Pina", enfrentó un juicio. Los jueces revisaron la pena que se le había impuesto previamente en 1963 y, el 8 de febrero, la sentenciaron a 30 años de prisión y una multa de 205 mil pesos en beneficio de las víctimas.

Ese mismo día, María Luisa González, se entregó voluntariamente a la justicia en el Distrito Federal, proclamándose inocente. Aseguró que no estaba al tanto de las actividades de sus hermanas. Sin embargo, las evidencias en su contra eran contundentes y fue condenada.

Cuando se llevó a cabo el juicio contra "Las Poquianchis", numerosas víctimas se presentaron ante los juzgados y declararon en contra de ellas. El juez, viendo la abrumadora cantidad de evidencia y testimonios, decidió cerrar rápidamente el caso. Las hermanas González Valenzuela, conocidas como las “hermanas diabólicas”, fueron sentenciadas a 40 años de prisión, mientras que sus cómplices y algunas de las prostitutas involucradas recibieron condenas de 25 años.

Sin embargo, en Jalisco, las autoridades mostraron complacencia al limitarse únicamente a destituir al exsubprocurador Tomás Gómez, quien fue identificado como uno de los principales cómplices y protectores de las hermanas.

Es importante destacar que Josefina Gutiérrez, quien había sido condenada a 30 años, logró reducir su sentencia y fue liberada el 8 de febrero de 1978, presumiblemente debido a influencias que utilizó a su favor.

En la época en que sucedieron estos hechos, los periódicos no publicaron un número concreto de víctimas mortales, pero Refugio Silva, un investigador policial que trabajó en el caso en Guanajuato, contabilizó 91 cuerpos enterrados en los burdeles y en el rancho de "Las Poquianchis". Además, señaló que el número de muertes podría ser mayor debido a las desapariciones que realizaron en las carreteras.

Cuando fueron detenidas, Delfina González Valenzuela tenía 55 años, María Luisa 51 y María Jesús (Chuy) tenía 40.

María del Carmen González Valenzuela falleció primero, en 1949, debido al cáncer que padecía.

Delfina González Valenzuela, la "Poquianchis Mayor", murió el 17 de octubre de 1968, a la edad de 56 años, en la cárcel en Irapuato debido a una hemorragia cerebral. Esta fue causada por un accidente en el cual una cubeta con cemento le cayó en la cabeza.

María Luisa González Valenzuela, apodada "Eva, la Piernuda", falleció en noviembre de 1984, en su celda, en la cárcel municipal de Irapuato debido a un cáncer hepático.

María de Jesús González Valenzuela fue la única de las hermanas que falleció en libertad, lo hizo a mediados de la década de 1990.

El caso de las hermanas González Valenzuela, conocidas como "Las Poquianchis", ha sido representado en varias producciones de cine y televisión debido a su notoriedad y los impactantes detalles de los crímenes. Algunas de las películas y series que han abordado este caso son:

  1. Las Poquianchis (1976): Es una película mexicana dirigida por Felipe Cazals, que se basa en el caso real de las hermanas González Valenzuela. La película presenta una representación dramatizada de los crímenes y su impacto en las víctimas.

  2. Las Muertas de Juarárez (2010): Aunque esta película no se centra específicamente en el caso de Las Poquianchis, se inspira en crímenes reales de mujeres en México, y ha sido comparada con el caso de las hermanas González Valenzuela debido a temáticas similares de explotación y asesinato de mujeres.

  3. Las Poquianchis: Serial Killers (serie de televisión): Es una serie de televisión que también aborda el caso de Las Poquianchis y se centra en los crímenes cometidos por las hermanas González Valenzuela.

Estas son algunas de las producciones más notables que han tratado el caso de Las Poquianchis. Es importante tener en cuenta que, debido a la naturaleza gráfica y violenta de los eventos, estas producciones pueden ser bastante explícitas y perturbadoras.

El caso de "Las Poquianchis" también ha sido objeto de estudio y análisis en diversos libros. Algunos de los libros relacionados con el caso son:

  1. Las Muertas de Jorge Ibargüengoitia: Este es uno de los libros más conocidos que se basa en el caso de "Las Poquianchis". Publicado en 1977, es una novela que, aunque ficticia, está inspirada en los terribles hechos reales protagonizados por las hermanas González Valenzuela. El autor utiliza el humor negro y la sátira para explorar los aspectos sociales y psicológicos del caso.

  2. México bárbaro y Las Poquianchis de José Agustín: Este es un libro que se centra en diversos episodios de la historia de México, incluyendo el caso de "Las Poquianchis". En él, el autor explora la violencia y la corrupción que rodearon estos eventos.

  1. Las Poquianchis: El Infierno sin Límite de los Burdeles de Guanajuato de José Antonio García Andrade: Es un libro más reciente que se centra específicamente en el caso de "Las Poquianchis". En él, el autor recoge información de archivos judiciales, periodísticos y testimoniales para reconstruir los crímenes de las hermanas González Valenzuela.

  2. Asesinas de la historia: Mujeres letales que dejaron huella de Pedro Prieto: Aunque este libro no está enteramente dedicado al caso de las Poquianchis, incluye un capítulo sobre ellas. Este libro ofrece perfiles de varias mujeres asesinas a lo largo de la historia, y Las Poquianchis son una de las historias destacadas.

Conclusiones:

Es desgarrador pensar en la crueldad inimaginable que sufrieron aquellas jóvenes en manos de Las Poquianchis. Una vida llena de esperanzas y sueños, arrebatada cruelmente. El nivel de deshumanización y falta de empatía mostrado por las hermanas González Valenzuela es un recordatorio de las profundidades a las que puede llegar la maldad humana.

Las familias y seres queridos de las víctimas también sufrieron una inmensa tragedia. La incertidumbre y el dolor de no saber qué le sucedió a una hija, hermana o amiga es una carga emocional que ningún ser humano debería soportar. Las cicatrices emocionales y la tristeza que esta tragedia dejó en las familias es algo que permanece en el tiempo.

La complicidad de algunas autoridades y la corrupción que permitió que estos crímenes continuaran durante años genera un sentimiento de frustración y desilusión. Saber que aquellos encargados de proteger a la sociedad fallaron en su deber, e incluso contribuyeron a la tragedia, despierta una profunda sensación de injusticia.

Aunque tarde, el hecho de que finalmente se hiciera justicia y que Las Poquianchis fueran detenidas y condenadas, ofrece un atisbo de esperanza. Esto nos recuerda la importancia de no permanecer en silencio ante la injusticia y de luchar por un mundo en el que la compasión, la justicia y la dignidad humana sean valores fundamentales.

Es importante recordar y rendir homenaje a las víctimas de este terrible caso. Sus vidas, aunque truncadas y marcadas por la tragedia, merecen ser recordadas con respeto y dignidad.


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